¿Cuántos de nosotros somos realmente capaces de decir en voz alta cómo nos sentimos?
¿No les ha pasado que hablar de uno mismo, incluso en soledad, se vuelve difícil, casi doloroso?


Conectar emocionalmente contigo misma es, quizá, el vínculo más importante que puedes construir.
Y aunque a veces siento que atravieso el punto más bajo de esta joven vida adulta, este espacio no nace del sentimentalismo puro. Es un acto de conciencia: reconocer el lugar que ocupo hoy como mujer adulta —aunque, sinceramente, aún no tenga una respuesta clara sobre ello—.
Hoy sé que mi futuro está en mis manos, y que ya no depende de nadie más. Y eso, precisamente, es lo que me preocupa.


Esforzarme por ser la mejor no fue la solución; ya lo intenté antes, y terminó en un rotundo fracaso.(otro mito de la meritocracia)


Entonces, ¿Cómo ser creativa en un momento de catarsis?


La creatividad abraza, genera dependencia, apego emocional; se convierte casi en una adicción, tanto para los diseñadores como para sus jefes, esos altos gerentes de empresa.


La creatividad es, en sí misma, una decisión de vida: un portal hacia dos mundos opuestos —la anhelada riqueza y la temida pobreza—.


Ser creativo no es sinónimo de buena suerte; lo he visto en mi amplia experiencia laboral. La creatividad necesita algo más, algo cósmico, algo con lo que simplemente se nace: la buena suerte.
Y considero que la buena suerte tiene fecha de caducidad. Es como la leche: cuando más la necesitas, se vence, y te toca ir al supermercado a comprar más.


La buena suerte toma tiempo, esfuerzo… y ayuda del mas allá. Es más: quiero comprar un tiquete del Baloto (la lotería de cifras astronómicas de mi país) para ver si pesco un poco de buena suerte.
Y en este blog voy a ir contando cómo me va en esa búsqueda de amor propio, justicia, creatividad y lluvia cósmica de buena suerte.

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