(Antes de comenzar a leer por favor darle play a el video adjunto, para que mientras lees mis pensamientos te dejes llevar por la melodía)

¿No les ha pasado que su visión de la vida, cuando eran pequeños, era mucho más positiva? ¡Todos los sueños parecían posibles!


Esos sueños eran el motor para sobrevivir los malos momentos, porque siempre estaba la certeza de que, al final, serías un adulto feliz y vivirías como lo habías planeado. Pero la vida no es lo que esperaba. Y, siendo sinceros, para ningún adulto lo es.


De lo primero que tengo certeza es de esto: la meritocracia es un mito. En la vida no te dan puntos extra como en Hogwarts.
Con el tiempo aprendes que la verdadera habilidad para sobrevivir no es ser el mejor, sino saber moverte en silencio, sin brillar demasiado, para que tu éxito no despierte la envidia de quienes te rodean.


Así es el juego: debes sonreír, vestir bien, tener el último celular, la cuenta bancaria llena, ahorros en dólares, acciones, ETFs, una vida social envidiable, un auto híbrido, contactos estratégicos, hablar dos o tres idiomas y, claro, haber salido de la mejor universidad.
Es como ir llenando un checklist interminable para poder ser, al menos en apariencia, alguien «mejor» de lo que eres en este momento.

Y es aún más difícil cuando eres mujer, de personalidad introvertida y carácter fuerte, en un país tercermundista. ¿Cómo competir si no tengo las mismas condiciones que los demás jugadores en esta carrera de la vida?

Hubo muchas ocasiones en las que pude haber mejorado mi «puntaje de vida», pero por ser honesta, ética y fiel a mi forma de ver el mundo, decidí no hacerlo.

La respuesta aún no la tengo, pero cada vez que se suman más lunas a mi cumpleaños, entiendo algo más: Hay que ser escurridiza, encontrar las grietas de oportunidad y colarme por esas rendijas diminutas es una forma de resistir.
Y que no lo hago solo para hacer orgullosos a mis padres, sino sobre todo para honrar a esa pequeña niña que aún habita en algún rincón profundo del laberinto de mi corazón, en la habitación #67 del ego.
Esa niña que aún cree que hacer lo correcto vale la pena.
Que al final, todo este esfuerzo servirá para algo.
Que no se trata solo de sobrevivir en la economía de mi país, sino de usar mi profesión, mis idiomas, mis talentos, para construir una vida exitosa en la única medida que realmente importa: la mía.

Quizá no gane todos los trofeos que el mundo celebra, pero en la habitación #67 del ego, ya soy suficiente.

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