Así es. En el momento en que escribo este blog, llevo cinco quincenas sin trabajo, lo que equivale a 55 días hábiles.
Todo el mundo (especialmente mi familia) me hace preguntas como:
- ¿Usted sí busca trabajo? —Lo cual es evidente.
- ¿Sí actualizó su hoja de vida? —¡La misma pregunta ofende!
- ¿Sabe que hay una página de internet para buscar empleo? —Obviamente lo sé.
- Usted debió haber hecho algo mal para que la despidieran. —¿Crees que no me juzgo, que no repaso cada momento buscando el porqué?
Parecen jueces de mi vida laboral, de un juicio al que nunca fueron invitados.
El cariño sano, el real, el familiar, no busca incomodar ni lanzar miradas que juzgan. Una cosa es estar preocupados; otra, es tratarme como si no pudiera valérmelas por mí misma.
En momentos así, todos creen saber más que la persona afectada. Pero no saben lo que es no poder dormir por la ansiedad de no tener trabajo.
Voy a contar algo muy personal a mis lectores —porque en ustedes confío—.

En mi anterior empleo, por un momento, tuve suerte. La bendición de la meritocracia llegó a mí. Se podría decir que fue un milagro latente. Salí de la multitud y destaqué por primera vez en mi vida. Siendo de carácter fuerte, pero no extrovertida, eso fue toda una hazaña.
Fue entonces cuando sentí que algo era demasiado bueno para que me pasara a mí. Lo confirmé cuando un excolega le dijo directamente a la gerencia —y yo estaba presente— que no merecía ese puesto.
Ese día, algo cambió dentro de mí. Algo se quebró.
Conocí de primera mano lo que dice esa súper icónica canción de salsa choque: «¡Es mejor despertarla que sentirla!» (los invito a escucharla ahora).
Empecé a entender muchas cosas. De repente, ya no tenía hambre, no podía dormir, sentía una presión constante en el pecho (mi abuelo materno murió de un infarto al miocardio, así que me preocupé aún más). Me sentía sola, como si todo lo hiciera a contracorriente. No me podía concentrar, estaba cansada todo el tiempo y me dolía mucho la cabeza.
Iba constantemente al médico en busca de una enfermedad, pero todo salía bien. De hecho, estaba sana. Hasta que un día, el médico me dijo:
“Es tiempo de que consultes a un psiquiatra.”
Me quedé fría. Pero le hice caso.
El diagnóstico fue claro:
Depresión por adaptación y ansiedad.
Síntomas: tristeza, desesperanza, pérdida de interés en actividades placenteras, irritabilidad, insomnio, dificultad para concentrarse, problemas en relaciones sociales, ansiedad, inquietud, preocupación constante, sensación de incapacidad para afrontar la vida.
Paradójicamente, estaba viviendo el mejor momento laboral de mi vida, y no lo disfrutaba.
Resumiendo: me medicaron y empecé terapia psicológica.
Luché por mi puesto con garras, con el alma y el espíritu. Pero al final lo perdí. Salí por la puerta de atrás… de los diseñadores.
Y, sin embargo, el día que me despidieron fue el mejor día de mi vida. Se me quitó un peso de encima. Ya no sentí la necesidad de tomar medicación. Mi psiquiatra me había preparado muy bien para ese momento. Tuve la valentía de decir, con voz serena:
“Entiendo. ¿A quién le entrego mi puesto?”
Mostré frialdad. No fui hipócrita: no me despedí de quienes me hicieron la vida miserable. El resto del día fui feliz. Me regresó el apetito de forma natural (contexto: cuando pierdes el apetito, te dan medicamentos que le dicen al cuerpo que necesita comer). Empaqué mis cosas y las envié en un taxi a mi casa. Le agradecí en persona al dueño de la compañía.
Salí como una princesa.
Noticia: desde ese día no tomo medicamentos psiquiátricos.
Desde entonces, he evitado puestos que impliquen manejar personal —es horrible, no lo hagan—. Sigo actualizando mi portafolio y abriendo rendijas de oportunidad.
Tendré muchos flashbacks en este blog. Siempre mantendré algunas condiciones:
- Siempre agradeceré a cada una de las empresas en las que he estado. Me dieron de comer, me ayudaron a pagar mis estudios y me ayudaron a crecer.
- No mencionaré nombres reales de personas ni empresas.
- Por más que ame los diseños que desarrollé en esas empresas, no los mostraré aquí.
- Con el tiempo, pueden agregarse más condiciones, según sea el caso.
En este viaje he aprendido mucho. Aprendí que la relación conmigo misma es, ufff, la más importante de mi vida. Y en este blog voy a describir ese camino de aprender a amarme cada día más, haciendo lo que siempre he querido, plasmando aquí mis sueños empresariales más intrincados.
Y ustedes van a ser testigos de eso.

IMPORTANTE SABER…..
FUENTE.. https://www.mayoclinic.org/es/diseases-conditions/adjustment-disorders/symptoms-causes/syc-20355224
¿ QUE ES DEPRESION POR ADAPTACIÓN ?
Los trastornos de adaptación son reacciones exageradas ante el estrés que incluyen pensamientos negativos, emociones fuertes y cambios en el comportamiento. La reacción a un cambio o acontecimiento estresante es mucho más intensa de lo que normalmente se esperaría. Esto puede causar muchos problemas para llevarse bien con otros en el trabajo o la escuela.
Los problemas laborales, ir a estudiar a otra parte, una enfermedad o cualquier cantidad de cambios en la vida pueden causar estrés. La mayor parte del tiempo, las personas se acostumbran a esos cambios en cuestión de unos meses. Pero si tienes un trastorno de adaptación, sigues teniendo reacciones emocionales o del comportamiento que pueden hacerte sentir más ansioso o deprimido.
El tratamiento puede ayudarte a recuperar tu bienestar emocional.
CAUSAS
Los trastornos de adaptación son causados por cambios importantes o factores estresantes en la vida. Los genes, las experiencias de vida y el temperamento pueden aumentar la probabilidad de que se genere un trastorno de adaptación.
FACTORES DE RIESGO
Los acontecimientos y las experiencias estresantes de la vida, positivos o negativos, pueden ponerte en riesgo para un trastorno de adaptación. Entre ellos, están los siguientes:
- Estrés excesivo en la infancia, como hostigamiento o dificultades en la escuela.
- Divorcio o problemas en el matrimonio.
- Problemas para relacionarse o llevarse bien con los demás.
- Cambios importantes en la vida, como jubilarse, tener un hijo o mudarse.
- Malas experiencias, como perder el trabajo, perder a un ser querido o tener problemas de dinero.
- Problemas en los estudios o el trabajo.
- Experiencias que ponen en riesgo la vida, como agresiones físicas, combates o catástrofes naturales.
- Factores de estrés continuos, como padecer una enfermedad o vivir en un barrio con mucha delincuencia.
- Más de un cambio importante o una situación desagradable al mismo tiempo.
- Otras enfermedades de salud mental, como ansiedad, depresión grave, ansiedad intensa o trastorno por estrés postraumático.
COMPLICACIONES
Si los trastornos de adaptación no se resuelven, pueden derivar en enfermedades de salud mental más graves, como ansiedad, depresión grave o abuso de drogas o alcohol.
PREVENCION
No existe ninguna manera garantizada de prevenir los trastornos de adaptación. Sin embargo, el apoyo social, la capacidad saludable de afrontar una situación difícil y aprender a recuperarse rápido de las situaciones difíciles puede ayudarte durante los momentos de mucho estrés.
CUANDO DEBES DE CONSULTAR A UN MEDICO
Los factores estresantes suelen ser temporales. Aprendemos a afrontarlos con el tiempo. Por lo general, los síntomas del trastorno de adaptación suelen mejorar cuando se alivia el estrés. Pero algunas veces el acontecimiento que provoca estrés sigue siendo parte de la vida. También puede suceder que se presente una nueva situación estresante y vuelvas a enfrentarte a los mismos problemas emocionales.
Consulta al médico o a un profesional de salud mental si sigues teniendo dificultades para sobrellevar el día a día. Puedes obtener un tratamiento que te ayude a afrontar los acontecimientos estresantes y volver a sentirte mejor con tu vida.
Si tienes inquietudes sobre las conductas de tu hijo, habla con su médico.
PENSAMIENTOS SUICIDAS
El riesgo de suicidio puede ser mayor en las personas que presentan trastornos de adaptación.
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