Desde que perdí mi trabajo, sentí que el tiempo se congeló, pero hoy no fue así.
El sol intenso de finales de mayo, cada vez más cerca del solsticio de verano, se hizo sentir en una mañana-tarde perfecta, sin nubes, con un cielo azul celeste idílico. Por unas horas, fue la eterna primavera que comenzó a sanar una diminuta capa de mi corazón.

Mi corazón ha comenzado a aceptar los acontecimientos de los últimos meses.
He confiado mi destino a Dios, y no me siento sola.

Cada día escucho que despiden a más diseñadores en mi ciudad, la supuesta “ciudad textil” del país.
La tacita de plata no tiene piedad de los creativos y voluntariosos paisas, que se venden por un contrato a término indefinido, prestaciones sociales y la promesa de permanecer en ese lugar por mucho tiempo.

Mi himno favorito es el de mi ciudad, Medellín, escrito por el gran Epifanio Mejía. En la segunda cuartilla del himno antioqueño dice:

“El hacha que mis mayores
me dejaron por herencia,
la quiero porque a sus golpes
libres acentos resuenan.”

Estas líneas hacen referencia al trabajo que cada generación deja a la próxima. Es un honor para nosotros los paisas recibir el legado de nuestros abuelos. Pero el legado de la ciudad textil cada vez está más perdido. No sé qué legado voy a dejar a la próxima generación.

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